Esa noche del sábado 3 de junio de 2017, no conseguí conciliar el sueño enseguida. La forma humanoide que habíamos visto allá abajo, brillando entre la maleza con los brazos alzados, semejaba una sobreimpresión en el techo de mi pequeña habitación. El cual se había convertido en una suerte de pantalla. Volví a vislumbrar esos árboles inmensos y ahora negros, el río La Vonne que refulgía un poco allá al fondo. Y ella, como saludándonos desde el otro mundo.