domingo, 6 de noviembre de 2016

"Sabes, hace más de treinta y cinco años, ayudé a una coetánea tuya a levantarse de la misma manera en su casa. También era poeta y se llamaba Alejandra Pizarnik. Es la única vez, desde que mi corazón no late, que alguien produce en mí algo parecido a la compasión. Todo sea dicho y jugando con los vocablos, me quiso con pasión. No compartimos el mismo siglo pero verás, cada vez que esa profundísima poeta hablaba o escribía sobre mí, yo notaba cómo su aliento descendía hasta mi pelo y lo acariciaba; cómo mecían sus versos mi lecho mortuorio. A ratos hicimos el amor en un lugar al que solo se puede acceder a través del sueño y la casualidad. Así que aquel día, tras escribir Alejandra su último poema y su último verso sobre mí, en la pizarra de su cocina: «Oh Isidoro», se quitó la vida. Entonces, bajé y subí a la vez, con gran portento y como sabes que puedo hacerlo. Llegué a su ser dolido aunque ya sin dolor, la separé de la última paradoja, recogí entre mis brazos, poeta muerto a poetisa muerta. Limpié su última gota de lluvia llorada y juntos, yo acariciándole el pelo triste, fuimos..."

La muerte alucinante de Lautréamont (Playa de Ákaba - 2016)